martes, 22 de marzo de 2011

NAVIDAD, TIEMPO DE AMOR Y PAZ

Por Chacho Candia
“Aconteció en aquellos días que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazareth, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María, su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
Es lo que narra el Dr. Lucano o más bien, el médico Lucas, como más se lo conoce, autor de uno de los evangelios, referente al nacimiento de Jesús que la cristiandad celebra, año tras año, en fecha 25 de diciembre.
Pero, más allá de que Jesús de Nazareth haya nacido el 25 de diciembre (porque el emperador Constantino así lo determinó, haciendo que coincida con la fiesta del Sol Invictus, para contentar al paganismo romano) o en el mes de septiembre, como pareciera ser más cierto, más allá de que el arbolito de navidad tenga su origen en Nimrod, Semiramis (su madre-esposa) y Tammuz (el hijo de ambos), y más allá de que Nicolás (Obispo de Myra que llegó a ser patrón de los niños en Rusia) haya dado origen a Papá Noel, la Navidad es un tiempo de paz y de solidaridad, tiempo en que nuestras almas se tornan más sensibles, tiempo en que los regalos van y vienen juntamente con los deseos de bienaventuranzas.
A la gente le gusta mucho comprar en Navidad y sale con lista en mano, para que no quede nada en el olvido, con el fin de adquirir aquellas cosas que, supuestamente, harán felices a sus seres amados: joyas, ropas, juguetes, perfumes, bicicletas, autos y, en fin, toda una serie de artículos acordes con la economía de cada cual. Y es que en las tiendas se consigue de todo, todo lo que nos puede llenar de felicidad, pero felicidad efímera, porque pasado el momento del impacto al ver y recibir aquello que tanto ansiábamos, volvemos nuevamente a nuestra rutina, a nuestras luchas diarias que nos generan tanto afán y tensión.
Todos tenemos nuestros demonios con los que luchamos diariamente, y cualquier regalo, así sea el diamante más caro o la perla más preciosa, jamás conseguirá ayudarnos a conseguir esa paz interior que anhela todo ser humano. Pero es en esta fecha, precisamente, que Dios nos envió el regalo más precioso que pueda recibir ser humano alguno: Su propio Hijo, Jesús de Nazareth o Ieshua Ben Josef, como era su nombre completo, Jesús, el Cordero que fue inmolado para que nosotros podamos tener la tan ansiada paz en nuestros corazones.
Esta es la verdadera esencia (generalmente olvidada) de la Navidad, el verdadero regalo navideño, regalo que no tiene precio, el regalo que nadie, por más rico que sea, puede comprar, pero que está al alcance de cualquiera sin importar su condición intelectual, económica o social, y que nos proporciona paz y gozo, esto es, el amor de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquél que en El crea, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Cuando Jesús estuvo en la Tierra trajo su mensaje de paz y amor, que es tan importante recordar en momentos como el que nos está tocando vivir, particularmente a los cruceños, con una constante amenaza sobre nuestra región de parte de gente fundamentalista que nos empuja día a día, sistemáticamente, a un enfrentamiento que nosotros lejos estamos de desear, y que nos genera inestabilidad, incertidumbre y, por supuesto, mucha tensión.
Por esto es destacable recordar, ahora, esa parte del mensaje de Jesús, el Príncipe de Paz, nuestro verdadero regalo navideño, que dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.  

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