lunes, 21 de marzo de 2011

UN MAESTRO DE LA CONVERSACIÓN


                                                                                                                                        Por Pedro Shimose
Marcel Proust nos cuenta, a través de uno de sus personajes, que el olor a Magdalena mojada en té lo
transportaba a la infancia. A Hogiers Parejas Añez (Santa Cruz de la Sierra, 27.04.1932) no le impresiona
el olor a cuñapé mojado en café caliente, sino el olor a tierra mojada, a libros viejos y nuevos, a tinta de
imprenta. Entonces le entran unas ganas locas de contar anécdotas, chistes, ocurrencias, remembranzas y
consejas del viejo Santa Cruz. Cuando huele a azúcar acuden a su memoria imágenes del Barrio Serebó,
en la calle Buenos Aires, en donde vivió siendo adolescente.
Chacho Candia, director de la revista “ZOOM”, lo caracteriza bien: “encontrarse con Hogiers en
cualquier esquina de Santa Cruz y conversar en forma amena del Santa Cruz de antaño, es como hacerlo
en blanco y negro (alusión a las imágenes de las películas anteriores al tecnicolor)”.
Hogiers sería feliz si existiera una máquina del tiempo como la que imaginara el novelista inglés H.G.
Wells, pediría viajar, estoy seguro, allí donde se ventilaran las tertulias. Por ejemplo, al ágora ateniense
para charlar con Sócrates, a los talleres renacentistas de Miguel Angel, Benvenuto Cellini y Da Vinci; a
los salones de Madame Sevigné o a la bohemia parisina de los poetas malditos – Gautier, Baudelaire,
Verlaine - ; a las tertulias del café Pombo, la cripta de Ramón Gómez de la Serna en el Madrid de los años
30 o a los paliques existencialistas del París de posguerra, en el barrio de Montmartre, o a los coloquios
de “La Gubbia Rossa”, en Florencia…
En otras palabras, Hogiers Parejas Añez es un poeta que no escribe versos, un charlista sin interlocutores,
un personaje de Proust extraviado en una ciudad camba amenazada por el mal tiempo, un librero sin
librería, un escritor que no escribe a máquina, que desprecia los enigmas de la informática y que sin
embargo, ha escrito a pulso, cuatro libros: “Santa Cruz Costumbrista” (2001), “De mi Tierra Camba”
(2002), “Santa Cruz, Mi Querencia Encantada” (2005) y “A la Sombra de los Aleros” (2006), otra
reminiscencia proustiana que nada tiene que ver con “A la Sombra de las Muchachas en Flor”.
Hogier, firma Hogiers, con s final, movido por la inercia de la costumbre, como lo hiciera el finado
Rogers Becerra Casanovas que se llamaba Roger, pero firmaba Rogers, que es apellido. Hogier, según
Hogiers, proviene del francés arcaico del siglo XIII y significa “ujier”, portero de palacio, empleado del
rey o, si se prefiere, criado del rey que, en la edad media, era todo un honor. Por esta razón la palabra
“ujier” ha venido a significar “empleado subalterno de algunos tribunales y cuerpos del Estado”.
Si le hacemos caso a Lucho Roca, el nombre de Hogier le predestinó a ser ujier de las tradiciones
cruceñas. Nadie mejor que él para ocupar el cargo municipal inexistente de Cronista Perpetuo de la
Ciudad. No sé si a Hogiers le hará gracia esta broma, pero ahí están sus libros para defenderla con
gracejo, claro estilo y lenguaje nuestro, camba y coloquial.
Los libros de Hogiers Parejas Añez invitan a la lectura y merecen ser leídos. Este cruceño que un día ya
lejano viajó a la Argentina con la misión de ser médico, descubrió un buen día, en las aulas de la
universidad de Córdoba, que lo que anhelaba era ser escritor, contador de cuentos y tradiciones.
Entre 1952 y 1955 trabó amistad con otros estudiantes cambas que sí acabaron la carrera: Armando
“Mandy” Suárez Lambert, padre del actual Prefecto del Beni, Alberto “Cachi” Ferrufino y Carmelo
Rivero Lenz. Hogiers colgó el mandil, el guardapolvo y el bisturí para coger la pluma, el lápiz y el
cuaderno de apuntes.
En el fondo le gustaba vivir la vida, escuchar el latido del tiempo, el habla popular. Futbolista del
Destroyer, serenatero de luna lunera y tamborita (no llevaba cantores porque “te roban las cortejas”),
librero, empleado de banca, vendedor de seguros y visitador médico. No fue médico, pero era el ángel que
anunciaba las buenas nuevas de los fármacos que curaban o aliviaban los males de la gente.
Lector desde su más tierna infancia devoró a los clásicos españoles y, no tiene empacho en confesarlo,
también leyó “Selecciones del Reader`s Digest”. Dirigió periodiquitos colegiales con Aquiles Gómez,
pero su mayor gloria es haberse matrimoniado con doña Argentina Eguía Wende, compañera leal que le
ha ayudado a cumplir una vieja promesa: no ser contrabandista, ni político, ni empleado público.
¡Menudo empeño!

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